viernes, 2 de diciembre de 2016

Sanar a través de la escritura

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"Debemos escuchar lo que nuestro guía interior nos está señalando" —Julia Cameron

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Gracias a Aaron Burden por la imagen (clic sobre ella para más info.)
Cada mañana al despertar, y después de meditar, con lápiz y cuaderno en mano empiezo a escribir sobre cualquier cosa que se cruce por mi mente, durante alrededor de media hora.

Cuando comencé con esta práctica tenía algunas dudas, pero al poco tiempo me di cuenta que era cosa poderosa.

Creatividad, claridad, aceptación, propósito, calma, optimismo, compasión… son palabras que vienen a mi mente cuando pienso en los beneficios que he obtenido al escribir a diario.

Pero no soy solo yo quien puede dar fe de dichos beneficios. Resulta que existe una gran cantidad de investigación científica que respalda la utilidad de volcar nuestros pensamientos en papel (aunque también sirve un ordenador o una grabadora de voz).

En el estupendo libro Emotional Agility de la doctora Susan David me encontré lo siguiente:
James Pennebaker, un distinguido profesor de la Universidad de Texas, se casó a principios de los años setenta justo después de terminar la universidad. Tres años después de su boda, él y su esposa comenzaron a cuestionar su relación, y Pennebaker, confundido e inquieto, se hundió en una depresión. Comía menos, bebía más y empezó a fumar. Avergonzado por lo que él veía como debilidad emocional, se volvió cada vez más aislado.

Una mañana, al cabo de un mes, Pennebaker salió de la cama y se sentó ante una máquina de escribir. Se quedó mirando la máquina por un momento, y luego comenzó a escribir libre y francamente sobre su matrimonio, sus padres, su sexualidad, su carrera e incluso la muerte. Continuó escribiendo y en los días que siguieron, sucedió algo fascinante. Su depresión se evaporó y se sintió liberado. Comenzó a reconectar con el profundo amor que sentía por su esposa. Pero la escritura tuvo un impacto aún más hondo. Por primera vez, comenzó a ver el propósito y las posibilidades de su vida.

La experiencia de superar este rocoso período, fue el comienzo de las investigaciones que Pennebaker ha realizado durante cuarenta años, sobre los vínculos entre la escritura y el procesamiento emocional. Realizó, uno trás otro, estudios en los que dividía a las personas en dos grupos. Pedía a un grupo que escribiera sobre experiencias emocionalmente significativas y al otro que lo hiciera sobre cosas cotidianas: sus zapatos o quizá los coches que pasaban por la calle. Ambos grupos escribían durante el mismo tiempo (unos veinte minutos al día, tres días seguidos).

En cada estudio, Pennebaker encontró que las personas que escribieron sobre episodios con carga emocional experimentaron una marcada mejora en su bienestar físico y mental. Estaban más felices, menos deprimidos y menos ansiosos. En los meses posteriores a las sesiones de escritura tuvieron la presión arterial más baja, una mejor función inmunológica y menos visitas al médico. También reportaron relaciones de mayor calidad, memoria superior y más éxito en el trabajo.

Después de muchos más estudios, con muchos miles de participantes (niños y ancianos, estudiantes y profesionales, personas sanas y personas enfermas) podemos decir con confianza que reconocer y dedicar palabras a las emociones es una forma tremendamente útil de lidiar con el estrés, la ansiedad y las pérdidas (la buena noticia para las personas que no les gusta poner el bolígrafo en el papel o los dedos en el teclado, es que no hay nada mágico en el acto de escribir en sí mismo. Utilizar una grabadora de voz, por ejemplo, puede ofrecer los mismos resultados).

Pero no se equivoquen: estas personas no hallaron la manera de disfrutar cuando son traicionados, o sufren pérdidas de seres queridos, son despedidos o están críticamente enfermos. No obstante, disolver el enredo que se había armado entre sus emociones y sus acciones, para que pudieran ver su experiencia en un contexto más amplio, y desde una perspectiva mayor, permitió que florecieran a pesar de todo. Más a menudo de lo que se podría esperar, encontraron maneras de convertir esos obstáculos en oportunidades y conectar de manera más directa con sus valores más auténticos.
Estas son las recomendaciones de Pennebaker sobre cómo realizar el ejercicio:
Ajuste la alarma para que suene en veinte minutos. Abra su portátil (o cree un documento). Cuando comience el cronómetro, empiece a escribir sobre las experiencias emocionales de la semana, el mes o el año anterior. No se preocupe por la puntuación, la falta de orden o de coherencia. Simplemente vaya donde su mente le lleve, con curiosidad y sin juzgar. Escriba sólo para usted y no para algún lector eventual. Haga esto por unos días. Luego tire el papel (o póngalo en una botella y tírelo al mar) o cierre el documento sin guardarlo. O si está listo, inicie un blog o encuentre un agente literario. Da igual. El punto es que esos pensamientos ya están fuera de usted, en una página. Y usted ha comenzado el proceso de "alejarse" de su experiencia para empezar a ganar perspectiva sobre ella.

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