martes, 13 de octubre de 2015

Todos sabemos que las mujeres y los hombres procesamos las emociones de modo diferente. La buena noticia es que la ciencia ha encontrado los motivos. Lo cuento en Laboratorio de Felicidad

http://blogs.elpais.com/laboratorio-de-felicidad/2015/10/por-qu%C3%A9-ante-los-problemas-de-una-mujer-el-hombre-da-soluciones-y-pone-cara-de-p%C3%B3quer.html

¿Por qué ante los problemas de una mujer el hombre da soluciones y pone cara de póquer?

Por:  
Escuchar03
Imagina una escena de pareja. A ella le va mal en el trabajo, no ha tenido el reconocimiento de su jefe en un proyecto en el que se ha dejado la piel. Se lo está contando a su novio o marido, muy triste y frustrada. Él la escucha al principio, pero en seguida, la interrumpe con frases tipo: “Pues habla con él y díselo”, “pide que te cambien de departamento” o “la próxima vez no trabajes tanto”… Ella transforma su tristeza en cabreo y le ruge: “¿Por qué no me escuchas antes de decir lo que tengo que hacer?”. Él también se enfada porque no aprecia su ayuda. Ella decide no contarle nada y prefiere llamar a una amiga a explicarle lo que le ha pasado.
¿Una escena atípica? No creo. Todos sabemos que las mujeres y los hombres procesamos las emociones de modo diferente, aunque haya excepciones. Y la buena noticia es que la ciencia ha encontrado los motivos (al menos, tenemos un alivio para no enfadarnos entre nosotros, que algo es algo). Todos somos emocionales. Es más, incluso los bebés varones son más emotivos que las niñas, según explica Louann Brizendine en su libro “El cerebro masculino”. La diferencia radica en nuestras preferencias a la hora de procesar lo que nos ocurre. Los estudios indican que tenemos dos sistemas emocionales que funcionan simultáneamente: el que nos hace ser empáticos emocionalmente y sentir el dolor de la otra persona (llamado el sistema neuronal especular o SNE) o el que nos hace ser empáticos cognitivamente y ofrecer soluciones ante los problemas que nos cuentan (también conocido como el sistema de la unión témporo-pariental o UTP). Y como es de imaginar, las mujeres somos las reinas de la empatía emocional, mientras que los hombres lo son de la empatía cognitiva, lo que les permite no contagiarse de las emociones del otro y tener la distancia suficiente para salir de los problemas. Y esa es la forma que el hombre entiende la ayuda, aunque esta preferencia no viene de serie en el nacimiento.
Según Brizendine, los varones al final de su infancia comienzan a desarrollar la empatía cognitiva, pero en la adolescencia, con la bomba hormonal a la que se ven sometidos, su cerebro prefiere conmutar rápidamente al UTP. Es decir, que el hombre en cuanto ve una emoción, su tendencia es a encontrar soluciones y no a sostener lo que a la otra persona le pasa. Por eso, no es de extrañar que cuando una mujer se aflige por cualquier motivo, su pareja le diga: “No llores”. No tanto por acompañarle, sino para pasar rápidamente al estado de búsqueda de alternativas. Pero aún hay más.
Los hombres a los trece años de edad se llenan literalmente de testosterona. De hecho, esta hormona aumenta de uno a veinte, que si fuera cerveza supondría pasar de consumir una cerveza diaria a beber ocho litros todos los días. De ahí la bomba hormonal a la que se ven sometidos. Pues bien, la testosterona es la responsable de que desde la adolescencia los varones aprendan a controlar sus músculos faciales para no expresar miedo, como ha demostrado un experimento realizado por Ekman, el padre del lenguaje no verbal.
Colocaron diversas imágenes emocionalmente provocativas a hombres y mujeres y ¡oh, sorpresa! los hombres eran más sensibles a las caras emotivas que las mujeres pero solo durante veinte centésimas de segundo. A los dos segundos y medio los hombres habían hecho desaparecer la expresión de las emociones en sus caras, mientras que, curiosamente, las mujeres la habían exagerado, pasando de una sonrisa a una gran sonrisa, o de un ceño sutil a un mohín. Es decir, inconscientemente, los hombres expresan las emociones como las mujeres en las microexpresiones que se detectan en laboratorio, pero tanto los hombres como las mujeres hemos entrenado respuestas opuestas y puede que esperemos de los otros que hagan lo mismo. Pues bien, error del sistema: los hombres han aprendido a inhibir lo que sienten y nosotras, a exagerarlo para el tipo de socialización que tanto nos importa.
En conclusión, el cerebro del hombre y el de la mujer son diferentes y ahí reside su riqueza y la atracción que sentimos mutuamente. Ahora bien, también necesitamos aprender del otro género algunas de sus claves para sentirnos mejor: los caballeros han de entender que una buena estrategia ante un problema emocional de una mujer consiste en compartir algunas palabras tipo “sé cómo te sientes” o escuchar un rato sin proponer alternativas. Y las mujeres, por nuestra parte, necesitamos comprender que detrás de la búsqueda de soluciones o de una posible cara de póquer existe preocupación y cariño… porque en la comprensión mutua surge la magia para sentimos mejor entre nosotros.

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