domingo, 2 de agosto de 2015

La búsqueda del sentido de la vida

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"Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento". 

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Viktor Frankl fue un profesor y psiquiatra austriaco. Debido a su origen judío, fue capturado en 1942 y enviado por las fuerzas Nazi a diferentes campos de concentración donde permaneció hasta el final de la guerra, cuando fue rescatado por las fuerzas aliadas en 1945.

Durante su permanencia en los campos de exterminio, V. Frankl tuvo que soportar actos abominables y fue despojado de toda dignidad humana. Su esposa, su padre, su madre, su hermano y una gran cantidad de amigos, murieron bajo las despiadadas condiciones de cautiverio.

En medio de su confinamiento, Frankl notó que quienes parecían hacerlo mejor bajo aquellas inhumanas condiciones, eran quienes le habían dado significado a su sufrimiento y habían creado para sí mismos un sentido de misión a realizar durante o después de su reclusión. Aquellos que habían construido una narrativa que explicaba porque era importante permanecer con vida, lo hicieron mejor que quienes no hallaron significado a su sufrimiento. En su libro El hombre en busca del sentido cita varias veces la frase de Nietzsche: “quien tiene un porqué vivir, puede soportar casi cualquier cómo”.

¡Ay del que no le encontró más sentido a su vida! Sin un objetivo, sin un propósito, y, por lo tanto, sin razón alguna para continuar, pronto lo perdíamos. La respuesta típica con la que un hombre rechazaba las palabras alentadores era: "No tengo nada más que esperar de la vida." ¿Qué clase de respuesta se puede dar a eso?
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Para Frankl, no es la vida la que tiene que enseñarnos cual es el sentido que le podemos dar. Somos nosotros los que estamos obligados a encontrarlo, a construirlo; a hallar la respuesta correcta: “La vida en última instancia, significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a sus problemas y cumplir con las tareas que constantemente establece para cada individuo”. El sentido que podemos dar a nuestra vida, según su opinión, proviene de tres fuentes: un trabajo con significado, el amor y el coraje ante las dificultades.

En una de las páginas más conmovedoras que he leído, escribe esto sobre el amor a su esposa:
Mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer, a quien vislumbraba con extraña precisión. La oía contestarme, la veía sonriéndome con su mirada franca y cordial. Real o no, su mirada era más luminosa que el sol del amanecer… Por primera vez en mi vida comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de que el amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre… la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad —aunque sea sólo momentáneamente— si contempla al ser querido.

[...]

No sabía si mi mujer estaba viva, ni tenía miedo de averiguarlo (durante todo el tiempo de reclusión no hubo contacto postal alguno con el exterior), pero para entonces ya había dejado de importarme, no necesitaba saberlo, nada podía alterar la fuerza de mi amor, de mis pensamientos o de la imagen de mi amada. Si entonces hubiera sabido que mi mujer estaba muerta, creo que hubiera seguido entregándome —insensible a tal hecho— a la contemplación de su imagen, y mi conversación mental con ella hubiera sido igualmente real y gratificante.
Los filósofos estoicos sostienen que siempre está en nuestras manos practicar la virtud, incluso en las situaciones más adversas. V. Frankl hizo eco de esa filosofía y eligió comportarse de manera digna ante la barbarie y el sufrimiento, y no perder su sentido de humanidad.
Sí absolutamente existe un sentido de la vida, entonces el sufrimiento debe tener un significado. El sufrimiento es una parte indeleble de la vida, así como el destino y la muerte. Sin el sufrimiento y la muerte, la vida humana no puede ser completa.

La forma en que un hombre acepta su destino y todo el sufrimiento que conlleva, la forma en que él toma su cruz, le da una gran oportunidad  —incluso en las circunstancias más difíciles— para agregar un significado más profundo a su vida. Puede seguir siendo valiente, digno y desinteresado. O en la lucha amarga por la auto-conservación, se puede olvidar su dignidad humana y convertirse en nada más que un animal. Aquí radica la oportunidad para que un hombre decida si hace uso o no, de la oportunidad de ejercer valores morales ante una situación difícil. Y es su decisión la que determina si es digno de sus sufrimientos o no... Tales hombres no sólo se encuentran en los campos de concentración, en todas partes el hombre se enfrenta con el destino, con la posibilidad de lograr algo a través de su propio sufrimiento.
Finalmente, sobre un trabajo con propósito recomienda:
No busque directamente el éxito —cuanto más lo busca y lo convierten en un objetivo, más se va a perder—. El éxito, como la felicidad, no puede ser perseguido; debe producirse, y sólo ocurre como el efecto secundario no deseado de la dedicación a una causa mayor que uno mismo, o como subproducto de la propia entrega a una persona que no sea uno mismo. La felicidad debe suceder, y lo mismo vale para el éxito: hay que dejar que suceda sin preocuparse por ello. Quiero que escuches lo que tu conciencia te ordena hacer, ve y llévalo a cabo con lo mejor de tu conocimiento. Entonces verás que en el largo plazo —¡y digo, en el largo plazo!—, el éxito te seguirá, precisamente porque te has olvidado de pensar en el.

El Hombre en Busca del Sentido es una lectura maravillosa e indispensable.

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