‘El mundo no puede ni debe ser pensado, basta con mirarlo y estar conforme con él, pues pensar, significa no comprender. Pensar no es otra cosa que estar enfermo de los ojos’. Antonio Valero & Fernando Pessoa.
De niños nos van marcando pautas. Nos dicen que debemos pensar bien las cosas, que no nos quedemos en la superficie y si queremos conocer algo bien, debemos analizarlo en profundidad. Lo mismo ocurre cuando nos definen lo que se supone que es una persona ‘en condiciones': nos dicen que tiene ‘la cabeza bien amueblada’. Incluso cuando necesitamos afianzar y dotar de solidez a nuestra propuesta, decimos que ha sido una ‘decisión muy meditada’. Ya veis, pensar es un plus.
Sí, es un plus y es bueno, pero tengamos en cuenta alguna cosas. Nuestra mente es lo menos nuestro que tenemos: sale de fábrica vacía y se va llenando de juicios, prejuicios, creencias, valores y todo tipo de información que nos llega a través de nuestros padres, profesores, Amigos… y aquellos que conformarán todos los ‘hay que’ y ‘tenemos que’ que van acotando nuestras miradas y actos. Para completar la receta, debemos añadir los famosos ‘miedos’, propios y añadidos por obra y gracia del entorno que muchas veces se instalan como verdades absolutas, alterando, lamentablemente, la percepción que tenemos del riesgo y alterando entonces, nuestra capacidad de conocer y decidir. Ah! y la guinda del pastel: los recuerdos de nuestras experiencias.
Todo ese cóctel fabrica las lentillas con las que vemos el mundo, limitando nuestra capacidad de conocer y reconocer. Tanto es así, que a veces podemos saber qué ocurre o hacia dónde nos encaminamos, pero estamos llenos de dudas, desconfiamos y nuestra mente empieza a dar mil y una vueltas hasta que se enciende alguna de las bombillas de la cordura: un pensamiento ‘lógico, razonable, aceptable’. Y no, no tiene porque ser algo racional. De hecho, muchas veces rechazamos ese primer flash y buscamos una solución que, emocionalmente, nos resulte más fácil de afrontar.
Utilizamos en mi tierra la expresión ‘a cabeza non para’, y es que muchas veces es fuente de ruido, pero utilicémosla con moderación… Suena contradictorio porque, ¿cómo alimentarla entonces? Pues efectivamente, y de forma contradictoria, con quietud y con intuición. En primer lugar, la quietud exige respirar, profundamente y de forma pausada (probad, probad) para conectar con el ahora, con la Naturaleza y el entorno. Simplemente es. No hay objetivos, no tiene expectativas, es buena en sí misma y no puede equivocarse.
Y, sorpresa. Esa conexión con la Naturaleza, nos hace llegar a la intuición. Una sabiduría que está siempre ahí. Está al alcance de cada uno de nosotros. A nuestra disposición para que hagamos uso de ella cuando la necesitemos. Es la mejor y más completa biblioteca que existe. Y sí, como toda biblioteca, un requisito: Silencio absoluto… y mental.
‘Piquemos’ la mente, escuchemos al Universo, abrámonos a él. No tardaremos en recibir sus señales. ¡Increíble!, pronto sabremos como mirar, percibir y conocer.
¡Claro! ¡Todo está ante nosotros! A veces, pensar tanto, puede despistarnos… y extraviarnos.
Guiados por la intuición, la mente nos puede ayudar a resolver más de lo que imaginamos: pasos a dar, forma de hacerlo. Paz, serenidad y sosiego. Un bucle infinito: quietud, escucha, intuición.
Lo curioso es que esta forma de actuar, de ver las cosas y de afrontar la vida, es consecuencia, muchas veces, de un revés en la vida, como una grave enfermedad. Pero, ¿por qué reaccionar llegado ese momento? Sintamos lo que os he dicho con calma, miremos al mundo con sosiego. Disfrutemos de la Biblioteca de la Intuición. Probad. Funciona.
¿Cómo? No sé, bajad el ritmo, respirad profundamente, buscad vuestro lugar mágico en el campo, frente al mar… Utilizad más la intuición.
La respuesta está en vosotros… y seguro que muchas más preguntas… Siempre!!!
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