martes, 5 de mayo de 2015

El sentido de la vida

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En una mañana soleada de agosto de 1996 conocí a una de las personas que más me ha impresionado en mi vida. Por aquel entonces, estaba estudiando francés en Perpiñán y había ido con un compañero a tomar algo. Nos sentamos y comenzamos a hablar de nuestras cosas. A nuestro lado había un anciano muy elegante, con un sombrero a la vieja usanza y un bastón con una empuñadura de metal. No paraba de mirarnos, hasta que comenzó a participar en nuestra conversación. Era de Barcelona y llevaba viviendo en aquella ciudad desde finales de la II Guerra Mundial. Su sonrisa era amplia y tenía una risa contagiosa. Se trataba de esas personas que cuando hablan, desprenden una serenidad y sabiduría que atraen. Por su optimismo y lo bien que hablaba de su suerte, cualquier hubiera podido imaginar que había tenido una vida fácil. Pero estaba equivocada. Se trataba de uno de los supervivientes del campo de exterminio nazi de Mauthausen, en Austria y hoy, 5 de mayo, se celebra el 70 aniversario de su liberación.
A este campo del horror entraron alrededor de 200.000 personas y solo salieron con vida la mitad. Se trató del campo de concentración nazi por el que más españoles pasaron: Más de 7000 republicanos fueron llevados allí durante la II Guerra Mundial, de los que solo 2000 pudieron contarlo y Juan de Dios era uno de ellos. Pero detrás de estos terribles datos se esconden maravillosas historias de superación.
Si bien en Mauthausen no se aplicó la llamada ‘solución final’ (exterminio sistemático de judíos), muchas de las personas que tuvieron la mala suerte de ir a parar allí sí fueron  exterminadas en cámaras de gas, a base de trabajos forzados, de hambruna, de humillaciones o por enfermedades derivadas de los inexistentes mínimos requisitos de higiene. En medio de esas condiciones de vida sobrecogedoras o, mejor dicho, en medio de esas condiciones de muerte, aunque parezca mentira, también se busca y se encuentra un sentido a la vida.
Durante aquel verano volví a ver varias veces a Juan. A él, como a otros supervivientes que he conocido, no le gustaba contar datos escabrosos. Conversaba sobre la asociación de supervivientes de Mauthausen, en donde ejercía una labor muy activa, para que “la sociedad no lo olvide y evitemos que se vuelva repetir”, decía. Y sobre cómo el ser humano es capaz dereiniciar una vida incluso en circunstancias tremendamente oscuras.
Viktor Frankl es posiblemente el psiquiatra y escritor que más ha analizado la capacidad deresiliencia del ser humano en campos de exterminio. Frankl, que estuvo preso en Auschwitz y Dachau, perdió a sus padres, a su hermano y a su esposa en estos campos. Él sobrevivió, pero recuerda esos años envuelto en “una existencia desnuda”. Es imposible, por mucho que lo intentemos, hacernos a la idea de lo que supone tanto dolor. Pero incluso sin alcanzar esos niveles de empatía, resulta difícil no hacerse esta pregunta: ¿Cómo se puede mirar hacia delante cuando ya no parece que hay esperanza? Frankl tiene la respuesta porque incluso allíaceptó la vida como digna de ser vivida, como recogió en su maravilloso libro El hombre en busca de sentido.
Años después de esa traumática experiencia, Frankl se convirtió en uno de los especialistas más prestigiosos en el estudio de las motivaciones vitales. El psiquiatra acostumbraba a preguntar a los pacientes que acudían a su consulta aquejados de padecimientos más o menos importantes lo siguiente: ¿Por qué no se suicida usted? En la respuesta a esa pregunta, afirma, se extrae una conclusión vital. Algunos nos agarramos al amor por nuestros seres queridos, otros a los recuerdos o por miedo, y hay quien contesta que no lo hace porque tiene todavía tiene muchas cosas por vivir… hay tantas respuestas como personas.
Cada uno tiene un motivo, una respuesta y es ahí, en su respuesta, donde le damos sentido a nuestras vidas, donde encontramos nuestra fuerza para seguir. Y para Juan de Dios su respuesta fue su fe en la vida, sus compañeros y ese vino que brindaría cuando saliera. Él me dijo que nada es eterno y que el dolor y el placer son siempre efímeros. Juan confiaba en ello durante su cautiverio en Mauthausen y al final, tuvo la suerte y la fortaleza para comprobarlo.
Aquel verano de 1996 hacía seis meses que había muerto mi padre de cáncer y todavía seguía arrastrando las preguntas que cualquier hija se formula. Con Juan aprendí que hay sucesos que no tienen explicación aparentemente racional, que ocurren y que hay que aceptar, y que cuando miras tu dolor a la luz de  casos mucho más espinosos, consigues al menos poner un poquito más de distancia con el tuyo.
Nos seguimos escribiendo cartas hasta que pasados dos años ya no volví a tener respuestas de Juan de Dios. Me quedo con las enseñanzas de este sabio que tuve la suerte de conocer y con las palabras del gran Frankl:
“Lo importante es reconocer la libertad y responsabilidad de hacer algo o alguien de nosotros mismos. La vida tiene sentido bajo cualquier situación, solo hay que ver el sentido al sufrimiento, ese es el logro para convertir nuestras tragedias en un triunfo personal”.
PerpignanEn 1996 junto a Juan de Dios, uno de los supervivientes españoles de Mauthausen.
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