jueves, 2 de abril de 2015

Nuestro cuerpo habla

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lenguajecorporal
¿Alguna vez te han dado una noticia con los brazos cruzados o sin mirarte a los ojos? Seguro que, independientemente de las palabras, has sentido que algo no iba bien. Y es normal. Nuestro lenguaje es riquísimo. Las palabras nos hacen libres, nos conmueven, nos enseñan, nos hacen reír… pero también nos irritan o nos condenan. Pero además, tenemos otras formas de relacionarnos con los demás y ofrecer información. Nuestro lenguaje no textual es en ocasiones más poderoso, ya que en silencio “hablamos” mucho más de lo que creemos como son unos brazos cruzados o una mirada ausente, como bien demuestra la ciencia. El doctor en psicología de la Universidad de UCLA, Albert Mekrabian, concluye en un estudio que tras conversar con una persona recordamos y damos un siete por ciento de valor a la contribución verbal de nuestro interlocutor, es decir, a sus palabras; un 38% al tono de voz, y un sorprendente 55% a la contribución visual o lo que es lo mismo, a lo que nos dicen sin hablar.
Cuando tenemos una cita importante ya sea sentimental, laboral o familiar, solemos pasar tiempo pensando qué queremos decir, cómo lo queremos decir o de qué manera captaremos mejor la atención, pero siempre a través de palabras y frases apropiadas.  ¿Por qué no practicar también delante del espejo? Nuestra efectividad en el discurso, si lo conjugamos con el apropiado lenguaje corporal, aumentará exponencialmente nuestras posibilidades de éxito. Además, si sabemos descifrar ese otro lenguaje sabremos decodificar lo que nos quiere decir sin querer decir, lo cual es una gran ventaja. Por ello, es tan importante saber qué decir como desde dónde estamos diciendo las cosas.
No se trata de ocultar nuestros sentimientos o camuflarnos con gestos impostados. Si estamos con amigos o familia no pasa nada porque nos mostremos libremente, pero hay ámbitos como puede ser una entrevista de trabajo o una reunión en los que debemos cuidar lo que dice nuestro cuerpo, ya que es extraordinariamente importante. No importa si estamos nerviosos o intranquilos si sabemos gestionar una imagen de seguridad. Y para ello, es interesante conocer dichos gestos y saber identificarlos en nosotros para poder modificarlos.
Judi James es la autora del libro El lenguaje corporal. Proyectar una imagen positiva, donde explica cómo podemos colocar el cuerpo en diferentes situaciones para que esos pequeños detalles condicionen a nuestro favor la percepción que los demás extraen de nuestro comportamiento.
Según James, es el primer impacto visual con otra persona el que determina en gran medida la imagen que proyectamos. En este sentido debemos cuidar cuatro puntos básicos: por un lado, la expresión facial, ya que una sonrisa es mucho más agradable que presentarnos con el ceño fruncido. En segundo lugar, el propio lenguaje corporal que más adelante analizaremos. En tercer lugar, la vestimenta, ya que con nuestra ropa estamos mandando una señal de nuestras características, como el gusto, la personalidad, la excentricidad… Por último, es importante cuidar la pulcritud (el olor, la limpieza, el cabello…) como un signo más de la imagen global que ofrecemos.
Pero, ¿qué tipo de gestos determinan una actitud u otra? La autora los ejemplifica de esta manera:
Síntomas de nerviosismo. Cruzar las piernas o los brazos; apretar libros o papeles contra el pecho; sentarse en el borde de la silla; retorcer las manos; golpes nerviosos con el pie; comerse las uñas; balancearse en la silla; jugar con el pelo o los pendientes; arreglarse la corbata; taparse la boca cuando se habla; rascarse de manera recurrente o meter las manos en los bolsillos.
Síntomas de agresividad. Cruzar los brazos sobre el pecho; mirar fijamente; señalar con el dedo; apretar los puños o inclinarse sobre alguien.
Síntomas de ser descortés. Murmurar entre dientes; chasquear los nudillos; acercarse demasiado a los demás; guardar los documentos o carpetas antes de que acabe la reunión; estrechar la mano demasiado fuerte; bostezar o mirar el reloj constantemente.
Gestos positivos. Gesticular con la mano abierta; llevar los documentos a un lado en vez de cruzados sobre el pecho; mantener el pulgar afuera cuando se introducen las manos en los bolsillos; mostrar gestos de atención mediante el contacto visual, el asentimiento y una ligera inclinación hacia delante para mostrar interés en la conversación.
Todos tenemos gestos tipo, casi genéticos, que llevan acompañándonos muchos años y que cuando estamos nerviosos suelen manifestarse de forma espontánea. Si alguno de los que hemos mencionado arriba te parece familiar, simplemente hay que hacer un esfuerzo para identificarlos (dejar de mover los rizos del pelo o jugar con la silla, por ejemplo), moderarlos o adaptarlos a cada situación. De ese modo, seremos capaces de hablar con propiedad… sin necesidad de hablar.

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