miércoles, 25 de marzo de 2015

Pedagoga y humanista

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María de Maeztu Whitney, pedagoga y humanista nacida en Vitoria en 1881 y fallecida en Mar del Plata (Argentina), en 1948, es una de las figuras educativas españolas más importantes del siglo pasado.
En su familia, reconocida en el mundo de la ingeniería, la política y de la educación, también destacaron sus hermanos Ramiro y Gustavo. Se licencia en Magisterio y, al morir su padre de manera prematura, su madre y los cinco hijos se trasladan a Bilbao, donde ayudará a su madre en la Academia Anglo-Francesa para señoritas. Enseñó también en Santander, Bilbao y Madrid.
Gracias a una pensión por sus conocimientos de idiomas, María puede ampliar sus estudios universitarios y licenciarse en Filosofía y Letras. Comenzó a ofrecer conferencias y a implicarse en proyectos sobre pedagogía. Viajó a otros países para completar su formación y en Madrid se adscribió al círculo filosófico de José Ortega y Gasset.
A partir de aquí, su labor se desarrolló como directora y gestora de la llamada Residencia Internacional de Señoritas, el proyecto de su vida. En esta institución y en el Lyceum Club femenino, De Maeztu abogó por fomentar la libertad de pensamiento, opinión y educación de la mujer, con conciertos, conferencias, cursos, exposiciones literarias, científicas, musicales o de Artes Plásticas, impartidos por intelectuales y personalidades.
Participó también en la sección de educación de la Asamblea Nacional durante la dictadura de Primo de Rivera y en otras instituciones culturales. El estallido de la Guerra Civil española la obligó a exiliarse a Argentina, donde fue catedrática de Historia de la Educación.
Gran traductora, nombrada doctora Honoris Causa por varias universidades del mundo, dejó una nutrida obra escrita, en torno a la pedagogía y a la mujer. Muestras de su pensamiento son:

Soy feminista; me avergonzaría de no serlo, porque creo que toda mujer que piensa debe sentir el deseo de colaborar, como persona, en la obra total de la cultura humana. Y esto es lo que para mí significa, en primer término, el feminismo: es, por un lado, el derecho que la mujer tiene a la demanda de trabajo cultural y, por otro, el deber en que la sociedad se halla de otorgárselo. Justo es proclamar muy alto lo que ya repetidas veces se ha dicho: los mayores enemigos del feminismo no son los hombres, sino las mujeres: unas por temor, otras por egoísmo. Las primeras, al oír hablar de emancipación, de independencia económica, no ven tras de estos tópicos sugestivos más que la perspectiva triste de ganarse la vida trabajando a jornal en las industrias, víctimas de una explotación miserable. Esta independencia es para ellas, con razón, la peor de las esclavitudes. Puestas a elegir entre la sumisión al patrono o al marido, todas las mujeres prefieren la última. Contra lo que afirmaba Stuart Mill, la sumisión de la mujer al hombre por medio del matrimonio es, en esas circunstancias, la única liberación posible. Las segundas no quieren oír hablar de emancipación económica, porque lo único que desean es encontrar un marido en ventajosas condiciones, cosa que se hace más difícil si las mujeres demandan un puesto en la economía social. Para unas y otras el feminismo no es una idea liberadora, sino una promesa de esclavitud. Por eso, la primera tarea a realizar es la de preparar a nuestras mujeres, y claro está que yo confío, como único y exclusivo medio, en la educación, que al salvar las sustancias ideales que lleva dentro, ignoradas por ella misma, le dará fuerza para descubrir nuevos mundos, no sospechados hasta ahora.

Es verdad que la letra con sangre entra pero no ha de ser con la del niño, sino con la del maestro.

No hemos dedicado en el horario una sesión para la enseñanza dogmática de la moral porque creamos que en estos primeros años de vida escolar la maestra debe aprovechar todas las oportunidades que se presentan en clase para que los niños se vayan formando en las normas de conducta que han de orientar su vida. Nos hemos preocupado muy sinceramente de formar el sentimiento religioso de los niños como parte esencial de nuestra labor educadora.


Os deseo una inspiradora semana,

Álex Rovira

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