lunes, 6 de octubre de 2014

Dos vidas en una

http://www.matosas.com/competir_con_la_mente/2014/10/dos-vidas-en-una.html 
Por Sergio Sinay |  Para LA NACION
 Foto: Alma Larroca
¿Son compatibles una buena vida y una vida buena? Aunque lo parezca, no es una pregunta redundante. Lo que hoy llamamos una buena vida se refleja en estadísticas, cifras, niveles de ingreso, acceso a bienes y servicios. La vida buena, en cambio, es menos tangible, y sobre ella los filósofos discurren desde el principio de los tiempos. Aristóteles pensaba que se trata de una vida que fluye por el justo medio, entre las pasiones y las ideas extremas, y que, inexorablemente, debe incluir la preocupación por los otros. La búsqueda de una buena vida (seguridad material, comodidad económica, placeres, salud, confort) hace que a menudo el otro quede relegado. Para Epicuro, en el siglo IV antes de Cristo, se trataba de buscar el placer y evitar el dolor. Los estoicos, a su vez, afirmaban que la buena vida corre paralela a las leyes de la naturaleza, sin apartarse de ellas. Y así, las definiciones no cesan hasta hoy.
Desde que, sobre todo en los últimos cinco años, las crisis e inestabilidad económica arrecian en el mundo, la pregunta del inicio aviva su vigencia. Toda equivalencia entre felicidad y bienestar material se ha hecho relativa. La materia (sobre todo económica) es frágil como nunca y la felicidad parece evanescente y fugaz. Pero quizá se deba a que se la depositó fuera de su lugar y se la confundió con el placer, que es efímero. El reconocido economista suizo Bruno Frey fue, hace un par de décadas, uno de los primeros en estudiar las relaciones entre economía y felicidad. Y propone hoy una distinción entre los que llama bienes extrínsecos y bienes intrínsecos. Los primeros tienen que ver con lo visible y mensurable: estatus, riqueza, patrimonio, éxito social. Los segundos se relacionan con lo que ni se ve ni se mide: afectos, amor, sentimientos, valores. Y así desembocamos en la cuestión de la buena vida y la vida buena.
Los bienes extrínsecos son aquellos por los cuales nos medimos con los otros, los que nos llevan a competir permanentemente, los que debemos alcanzar para no quedar retrasados en la carrera por la figuración social, los que provocan rivalidad y desatan envidias. Aunque apunten al bienestar, son frecuentes fuentes de estrés. Los bienes intrínsecos, por su parte, nos ponen en línea con nuestra interioridad, nos acercan a la calma que produce la coherencia, se centran en nuestros valores y, en silencio y sin grandes demostraciones, nos instalan en la armonía. Donde predominan los primeros reina la confrontación, cuando se imponen los segundos predomina la cooperación. Guiados por la persecución de bienes extrínsecos tendemos a vivir contra el otro o sin él, orientados por los intrínsecos, la ecuación se invierte.
¿Son bienes excluyentes entre sí? ¿Es imposible la integración de una buena vida y una vida buena? No. Pero no armonizan naturalmente, requieren de una herramienta específica de los seres humanos: la conciencia. Ella nos permite dialogar con nosotros mismos, comprender, como decía la filósofa Hanna Arendt (1906-1975), que somos dos en uno (uno que cuestiona, otro que responde) y que según lo que vayamos eligiendo y cómo actuemos en la vida, con eso tendremos que vivir. Es posible una buena vida que no vaya contra los otros, que no desvirtúe valores, que no convierta a los medios en fines (si para acceder a lo que deseo o me incitan a desear caigo en el vale todo, entonces un posible medio de bienestar se convierte en fin y enturbia mis vínculos y mis acciones). En todo caso se trata de integrar la buena vida dentro de la vida buena. En ese orden, funciona. Al revés suele dar como resultado algo que a menudo vemos: alto nivel de vida, bajo nivel de felicidad..

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