jueves, 24 de julio de 2014

JIDDU KRISHNAMURTI

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“No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”, repetía. Niño tímido y acostumbrado a la vida humilde –creció en la India Británica, en el seno de una familia numerosa y pobre–, nadie podía imaginar que Jiddu Krishnamurti (1895-1986) se convertiría en uno de los escritores y divulgadores filosóficos y espirituales más importantes del siglo XX.
En primera instancia, la Sociedad Teosófica vio en él al nuevo Maestro del Mundo y lo acogió y educó. No obstante, con los años, Krishnamurti se desvinculó de esta organización y se dedicó a viajar por el mundo para impartir charlas tanto a nivel personal como a grandes audiencias. En estos encuentros, su mensaje se distingue por estar desprovisto de ideologías afectas a cualquier religión, nacionalidad, clase o política. Para él, el centro personal radica en una revolución psicológica, la naturaleza de la mente, la indagación y la meditación, y las relaciones humanas, con el objetivo de causar un cambio social radical, de lo personal a lo colectivo.
En la actualidad, su filosofía sigue transmitiéndose en escuelas independientes de todos los países, y sus escritos y charlas se pueden seguir en grabaciones y en sus muchos libros, como “La primera y la última de las libertades”, “La única revolución” o su diario. He aquí una muestra de esas perlas de sabiduría:

La palabra alcanzar de nuevo implica tiempo y distancia. La mente es pues esclava de la palabra ‘alcanzar’. Si la mente puede librarse de las palabras ‘conseguir’, ‘alcanzar’, ‘llegar’, entonces el ver puede ser inmediato.

La religión de todos los hombres debe ser la de creer en sí mismos.

No vemos las cosas como son, sino como somos.

La libertad es esencial para el amor; no la libertad de la revuelta, no la libertad de hacer lo que nos plazca ni de ceder abierta o secretamente a nuestras apetencias, sino más bien la libertad que adviene con la comprensión.

El amor se brinda a sí mismo tal como una flor da su perfume.

No se comprende primero y luego actúa. Cuando comprendemos, esa comprensión absoluta es la acción.

Solo si escuchamos podremos aprender. Y escuchar es un acto de silencio; solo una mente serena pero extraordinariamente activa puede aprender.

Dando un nombre a algo nos hemos limitado a ponerlo en una categoría, y pensamos que lo hemos comprendido; no lo miramos más atentamente. Pero si no lo nombramos estamos obligados a mirarlo. O sea, abordamos la flor, o lo que fuere, con un sentido de novedad, con una calidad nueva de examen: la miramos como si nunca la hubiésemos mirado antes.

La sabiduría no es una acumulación de recuerdos, sino una suprema vulnerabilidad a lo verdadero.

Sembrando trigo una vez, cosecharás una vez. Plantando un árbol, cosecharás diez veces. Instruyendo al pueblo, cosecharás cien veces.

La belleza es la apreciación, la sensibilidad a las cosas que a uno lo rodean: la naturaleza, la gente, las ideas.

Vemos que el pensamiento de este maestro sigue unido profundamente al pulso de la sociedad actual. Por ello, merece la pena conocer su obra, su aprendizaje, que es nuestra enseñanza.

Os deseo una plácida semana,

Álex

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