jueves, 17 de abril de 2014

"¡Argentinos! ¡A las cosas, a las cosas!

Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal."

'Ortega y Gasset llegó a Buenos Aires en 1916, invitado por la benemérita y entonces joven Institución Cultural Española. Pronunció conferencias en diversos ámbitos, y en la facultad de Filosofía y Letras, acaso por primera y última vez, la multitud rompió los vidrios para poder ingresar al aula magna. Joven catedrático que había llegado con ánimo de descubridor al Nuevo Mundo, también fue descubierto por éste. Y si Ortega dejó un legado inmenso entre nosotros por la hondura de sus reflexiones, por la claridad y munificencia simultáneas de su palabra, también es cierto que el público argentino le reveló condiciones de orador para vastos auditorios que sospecharía tal vez en su interior, pero que no había tenido hasta entonces ocasión de ejercitar.. 

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